El artista norteamericano siempre fue un solitario y uno de los primeros en sufrir las consecuencias de la debacle económica de los años veinte y treinta. Los coleccionistas eran pocos, compraban poco y cuando lo hacían, trataban al pintor como a un cortesano rentado para satisfacer sus gustos. El gran público tenía poco tiempo para él y su status iba a quedar claramente ilustrado durante la segunda guerra mundial por las listas de aquellos sin derecho a aplazamiento del servicio militar: “Dependientes, mensajeros, chicos de oficina, dependientes para envíos y transporte de mercaderías, porteros, serenos, botones, conserjes, vendedores, archivistas, peluqueros, sastres y modistas, diseñadores, decoradores de interiores y artistas”. Algo debía hacerse para apoyar a los pintores y escultores profesionales durante la Depresión si no se los quería poner en la calle. Unos pocos ensayaron, con más o menos éxito, esquemas para ayudarse a sí mismos; y un grupo de neoyorquinos se apropió de una idea proveniente de Francia para evitar los intermediarios y tratar directamente con el público: las obras serían intercambiadas por “algo razonable”. El rescate llegó del lugar más insospechado: el Gobierno federal. En diciembre de 1933, cuando se puso en funcionamiento el New Deal de Roosevelt, se organizó el Public Works of Arts Project. En su medio año de existencia, empleó a tres mil setecientos cuarenta y nueve artistas, que produjeron quince mil seiscientas treinta y tres obras de arte destinadas a instituciones públicas. Durante este tiempo, el mundo del arte norteamericano estaba fragmentado. Los pintores figurativos se congregaron en aras del patriotismo y bajo el rótulo general de “regionalismo” ofrecían una celebración folklórica del pasado agrario norteamericano, quizás en compensación por el colapso de la industria. Con el auge del fascismo, muchos jóvenes talentos se interesaron en el socialismo internacional y otros grupos por el realismo social. Tanto los regionalistas como los realistas sociales volvieron la espalda a la abstracción y a los inventos de la vanguardia europea. No obstante, desde el Armory Show de 1913 que hiciera época, una vacilante tradición abstracta había ido tomando cuerpo. En 1937 Josef Albers fundó una asociación de pintores llamada American Abstract Artists. Organizó exposiciones, publicó libros y dio conferencias. Sus miembros rechazaron rotundamente el impresionismo, el expresionismo y sobre todo, el surrealismo, en aras de una manera estructural, geométrica y postcubista. Pero pronto los pintores jóvenes se cansaron de las fórmulas repetidas de la asociación. Los innovadores del expresionismo obtaron por apartarse y reunirse en grupos informales. Meditación sobre una hoja de roble (1942) André Masson (Balagny-sur-Thérain, 1896- París, 1987), fue uno de los más importantes y tal vez el menos conocido de los pintores surrealistas El reginalismo y el realismo social perdieron su energía; ambos estilos eran demasiado limitados para permitir el experimento o el cambio. La segunda guerra mundial llevó a los Estados Unidos a muchas figuras clave del arte del siglo XX, exiliadas de sus propios países: Breton, Chagall, Ernst, Léger, Lipchitz, Masson, Matta y Mondrian, entre otros.
Pintores como Masson y Matta, que ofrecían telas espontáneas, semiabstractas, llenas de formas sacadas de las profundidades del subconsciente, fueron entonces una presencia directa y no un ejemplo remoto. Por el azar de la guerra, Nueva York asumió el papel de París; los norteamericanos se sintieron por primera vez en el centro del universo y no ya perteneciendo a una remota cultura. En 1943, la Federación de Pintores y Escultores Modernos señaló un paralelo entre el nuevo rol político internacional de los Estados Unidos y su creciente poderío en las artes. “Como nación, ahora nos vemos obligados a superar nuestra tendencia al aislamiento político. Ahora que Norteamérica está reconocida como el centro donde se encuentran el arte y los artistas, es hora de que aceptemos los valores culturales en un plano realmente global.” Si existe una cualidad que distingue a los expresionistas abstractos norteamericanos de sus contemporáneos de otros países, ésta es la intensidad de propósito que les permitió pasar por encima dela convención estilística y de lo que Clement Greenberg denominó la “cualidad pictórica” `por la que la visión norteamericana estaba caracterizada por “una pintura más fresca, más abierta, más inmediata” que ofendía el gusto medio. Relacionó esta cualidad con “un conocimiento más íntimo y habitual de la incomunicación que en su opinión era “la situación en la que se experimenta la verdadera cualidad de la época”. En los siguientes capítulos, vamos a desarrollar la influencia del movimiento expresionista
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