Los cataclismos sociales y políticos de la Depresión y el quebrantamiento causado por la guerra contra Hitler afectaron profundamente a los jóvenes artistas de Europa y América. El avance tecnológico ya no parecía ser una garantía de progreso social o político. El racionalismo esperanzado de la sociedad moderna estaba desacreditado. En cuanto al arte, las premisas lógicas e idealistas del cubismo y de los movimientos posteriores de entreguerras habían perdido su atracción. La generación que empezó a pintar en los años treinta y principios de los cuarenta estaba en una situación espiritual desesperada. Se necesitaba urgentemente un nuevo enfoque para resolver lo que parecía ser una crisis de temática. “La situación era tan mala que me sentí libre de ensayar cualquier cosa por absurda que pareciera”, observó el pintor norteamericano Adolph Gottlieb. Él y muchos de sus contemporáneos se estaban aproximando a tientas a una estética que repudiaba la hegemonía del intelecto y permitía que el artista se expresara de forma libre y subjetiva. Numerosos pintores empezaron a concentrarse en el acto de pintar sin más impedimento que la decisión de hacerlo. Partían de un principio ya bien establecido. Si vaciaban sus mentes de prejuicios y aplicaban el pigmento con un encontraban aislados, a adquirir seguridad en sí mismos por medio de su trabajo y la tesis existencialista de que “ser es hacer” proporcionó una justificación intelectual a un enfoque que daba importancia al proceso a expensas del producto máximo de espontaneidad, las imágenes que hacían eran la expresión de los niveles más profundos de su ser. El arte se convertiría en un método de autorrealización. La creatividad era una secuencia de elecciones libres y no condicionadas, a través de las cuales podían redimirse de su alienación en una sociedad y una tradición estética dada: fue una forma de autodefensa. El existencialismo ofreció una base teórica para esta actitud. Los escritos de Jean Paul Sartre proporcionaron los textos clásicos y los artistas abstractos, tanto en América como en Europa, simpatizaron con su teoría de que sólo el hombre es responsable de su destino, al que tiene que hacer y rehacer para sí mismo. Este concepto ayudó a muchos artistas, que se encontraban aislados, a adquirir seguridad en sí mismos por medio de su trabajo y la tesis existencialista de que “ser es hacer” proporcionó una justificación intelectual a un enfoque que daba importancia al proceso a expensas del producto.
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